Publicado: 20/04/2025
https://doi.org/10.54624/2024.37.2.007
He creído que podría ser interesante para las nuevas generaciones de nutricionistas y de otros profesionales afines, dar a conocer algunas de mis vivencias personales, no porque se trate de mí, sino que veo con cierta tristeza cómo se han ido de la faz de la tierra muchos de los profesores, egresados, estudiantes y empleados que pudieron contar otras experiencias interesantes de las distintas etapas de la profesión.
Digamos que esta historia comienza en el año 1960 cuando egresé como Bachiller en Ciencias de mi querido Liceo Andrés Bello en Caracas. Con la gran interrogante de muchos jóvenes acerca de qué carrera estudiar en la universidad, solo sabía que me inclinaba por el área de la salud. Medicina era muy larga y tenía necesidad de trabajar prontamente. Bioanálisis y Odontología no me llamaban la atención.
Quiso el destino que, caminando por la Avenida Baralt, me llamara la atención un aviso que invitaba a estudiar Dietética en el Instituto Nacional de Nutrición (INN). Acudí a una entrevista con la directora de la Escuela Nacional de Dietistas para la época, Amelia de Mileo, quien me describió los estudios. Me informó que la duración de los mismos, era de tres años y que al finalizar obtendría el título de Dietista. Si bien la carrera no tenía reconocimiento universitario, ya se estaban haciendo los trámites para ello. Como estímulo, el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social otorgaba cada año 10 becas de 300 bolívares cada una, previa presentación de un examen de conocimientos generales. Participé en el examen y gané una de las becas. Cuando empecé a estudiar, ya la directora de la Escuela había cambiado y era la Licenciada Aliz Luna Bazó (+).
Éramos 12 estudiantes muy unidas, todas del sexo femenino (no se aceptaban varones); me gustaban mucho las clases y teníamos excelentes profesores de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y del INN, por mencionar algunos: Humberto Viera (padrino de la promoción), Werner Jaffé, José Félix Chávez, Pablo Liendo Coll, Luis Bermúdez Chaurio, Magdalena González, Fermín Vélez Boza, Dámaso Villarroel y Yolanda de Romero.
Los problemas comenzaron cuando salimos de las paredes de la Escuela, en el tercer año durante las pasantías en diferentes hospitales. Si bien es cierto que en los departamentos de nutrición se aprendía a elaborar planes de dietas para diferentes patologías, en algunos hospitales no se nos permitía ir a los pisos, visitar a los pacientes ni mucho menos participar en la revista médica, lo que hubiera sido un aprendizaje importante. Al terminar las pasantías había que presentar un examen integral. A mediados de 1963 me gradué y comenzó la difícil búsqueda de trabajo. Solamente hice suplencias a colegas que tomaban vacaciones.
En 1964, el Dr. Luis Bermúdez Chaurio, docente de una de mis materias favoritas, “Nutrición en Salud Pública”, se desempeñaba como jefe del Dpto. de Nutrición de la Escuela de Salud Pública. El Dr. Bermúdez acababa de llegar de hacer un curso en el Instituto de Nutrición de Centro América y Panamá (INCAP) en Guatemala y había elaborado un proyecto novedoso del Nutricionista en un Distrito Sanitario. Este proyecto, se ejecutaría teniendo como núcleo el Centro de Salud Dr. H Rivero Saldivia, en Caucagua, Edo. Miranda, dirigido por el Dr. Carlos Julián Pozzo. Me ofreció el cargo en Caucagua, en cuyo centro yo tendría la responsabilidad de coordinar las actividades. Era toda una novedad en el ejercicio profesional y aunque no quería irme para el interior, acepté el reto.
Caucagua se convirtió en una gran experiencia; allí iban a hacer sus trabajos de campo los alumnos de los diferentes cursos de la Escuela de Salud Pública: Curso Medio, Maestría en Salud Pública y cursos de Inspectores de Sanidad. Nos tocó dar cursos de Educación Nutricional a diversos sectores: maestros, demostradoras del hogar campesino y clubes de madres. Un aspecto importante del trabajo era evaluar el estado nutricional de los niños que iban a las consultas externas, mediante la toma de medidas como el peso y la talla, así como encuestas de consumo de alimentos. Adicionalmente, seleccionar a los niños para el Programa de Producto Lácteo (PL) y hacerles seguimiento. Esta actividad se desarrollaba no solamente en el centro de salud de Caucagua, sino también en las medicaturas rurales adscritas: Capaya, Araguita, El Clavo, Panaquire, Tapipa y El Café.
Estuve dos años desempeñando esta responsabilidad y en un Congreso de Nutrición que se celebró en Caracas, cuando presenté lo que estábamos haciendo, dos destacados profesores de la Escuela de Nutrición me preguntaron, si yo no creía que estuviese desvirtuando la profesión de Dietista que había sido creada para trabajar básicamente en el ámbito hospitalario. Mi respuesta fue, que las profesiones de la salud no pueden tener como objetivo solamente curar, sino promover y proteger la salud.
En el año 1966 comencé a trabajar en la Escuela de Salud Pública con el Dr. Bermúdez y mi colega Beatriz Feliciano. Dábamos clases en los cursos de la Escuela y seguíamos viajando a Caucagua, donde había sido nombrada la Lic. Lesbia Castillo. En la Escuela de Salud Pública, las Dietistas, Enfermeras, Biólogos, Sociólogos y Antropólogos, no éramos calificados como personal docente, sino que en las listas de personal estábamos en la categoría de “otros”. Un ejemplo de esta desigualdad en el reconocimiento profesional fue que al Dr. Bermúdez le indicaron que las dos Dietistas no podíamos dar clases sobre las funciones de los Departamentos de Alimentación de los Hospitales, cuando este tema estaba estrechamente vinculado con la profesión. El Dr. Bermúdez los puso en tres y dos, señalando que nosotras dictábamos esa clase o el Departamento no participaba. Nos ofrecieron excusas y dimos nuestras clases. Cuento estas anécdotas para señalar que el camino no ha sido fácil, pero si enriquecedor.
Con una beca de la Oficina Sanitaria Panamericana (OPS) en el año 1966, me trasladé a Guatemala para realizar el Curso Especializado de Nutrición Aplicada (CENADAL) en el INCAP, validado por la Universidad de San Carlos. La duración fue de un año con el título otorgado de Nutricionista, el cual considero como el mejor curso que he realizado. Seis meses en la capital cursando materias y seis meses de prácticas en un pueblo llamado Chimaltenango, junto con excelentes compañeras de Argentina, Bolivia, Colombia, Chile, Haití, Panamá, Uruguay, Brasil y de Venezuela éramos Miriam Diaz y España Marco Papatterra.La Escuela de Nutrición de la UCV estaba en el proceso de hacer cursos para que los Dietistas obtuvieran el título de Licenciados en Nutrición y Dietética y afortunadamente me fue reconocido el año cursado en el CENADAL.
Durante los años 1973 y 1974, también con una beca de la OPS, cursé la Maestría en Salud Pública en la Universidad de California en Berkeley, previa aprobación de un curso de inglés que realicé durante tres meses en Oakland. El colegio estaba ubicado en una montaña, sumamente aislado. La mitad de los alumnos eran japoneses y allí supe lo que era la soledad.
Como olvidar la estadía en Berkeley. Residí en la llamada International House, por una parte, se pasaba trabajo con el idioma, el clima, la intensidad de los estudios, etc., pero el momento de la cena era especial. Nos reuníamos en la llamada mesa latina a contar chistes, vivencias, planificar salidas.
En la Maestría tuve como tutora a la Dra. Ruth Huenemann, estudios que exigían, además de cursar un número importante de créditos, cumplir con un trabajo de campo final que me fue asignado en el Instituto de Nutrición de México, bajo la tutoría de la Dra. Miriam de Chávez. Allí conocí personas de muchas partes del mundo y el viaje de California a México fue muy triste, porque sabía que era muy difícil volver a ver a quienes habían sido mis compañeros hasta ese momento.
Regresé al país y me reintegré a mi cargo en la Escuela de Salud Pública. En el año 1976 ocurrieron dos hechos importantes en esta historia: en primer lugar, las autoridades de esa Escuela decidieron mudarse del local que ocupaban en el Instituto Nacional de Higiene en la Ciudad Universitaria, para un local más amplio en El Algodonal y, en segundo lugar, se abrió el primer concurso de credenciales en la Escuela de Nutrición y Dietética de la UCV.
La permanencia en la Escuela de Salud Pública era incómoda, ya que no teníamos categoría de profesor universitario, lo que implicaba sueldos bajos y no poder tener trayectoria en el escalafón docente, a lo que se añadió el traslado a un sitio distante de la ciudad. Participé en el concurso de credenciales ya citado y de esta forma gané mi ingreso a la Escuela de Nutrición y Dietética. Empecé, de esta forma, a cumplir uno de mis grandes deseos, trabajar en la Escuela que me había comenzado a formar en el área de la nutrición. Fui asignada al Departamento de Salud Pública a dictar la materia Administración Sanitaria y a colaborar en las Prácticas de Epidemiología, asignaturas que no tenían profesor ante el fallecimiento hacia poco tiempo del Dr. Clemente Acosta Sierra.
Poco tiempo después, la Lic. Elvira de Ramírez, jefe del Departamento de Salud Pública, fue nombrada Directora del Postgrado de Planificación Alimentaria y Nutricional y en su sustitución fui nombrada jefe del Departamento, cargo que desempeñé durante 10 años. De esa época cabe resaltar mi asistencia, desde sus inicios, al Consejo de Escuela y los momentos difíciles para cumplir con las prácticas de Microbiología. La Escuela utilizaba el laboratorio del Instituto de Higiene y los grupos eran pequeños. Al aprobarse un nuevo plan de estudios, en el cual se eliminaba como requisito la aprobación del Ciclo Básico Común de la Facultad de Medicina, todos los estudiantes que tenían aprobada Biología tenían derecho a cursar Microbiología y el grupo era numeroso. Fui designada como enlace entre la Escuela y el Instituto de Medicina Tropical para resolver el problema; costó bastante, pero al fin se solucionó.
Un logro importante fue la ampliación de los lugares donde se realizaban las prácticas de Nutrición en Salud Pública del décimo semestre en los estados Miranda, Monagas, Nueva Esparta y Amazonas.
En 1990 fui postulada para ocupar el cargo de Directora de la Escuela de Nutrición y Dietética por un grupo numeroso de profesores y fue propuesto mi nombramiento en el Consejo de la Facultad de Medicina, primero por el Dr. Simón Muñoz y luego por el Dr. Antonio Paris. Ocupé dicho cargo durante el periodo 1990-1996.
Hacer un balance de la gestión resulta difícil, ya que no es justo ni posible personalizar, debido a que todos los logros son el producto del esfuerzo de muchas personas. Sin embargo, voy a destacar los siguientes: programación y dictado de un curso propedéutico para los nuevos estudiantes, aprobación de un nuevo Plan de Estudios, resolución de problemas inherentes a tener dos planes de estudio en ejecución en una escuela con déficit de espacio físico y de recursos humanos, reorganización de las asignaturas en cátedras, realización de varios eventos científicos, actualización de trámites para la apertura de concursos de oposición y para los diferentes trabajos de ascenso en el escalafón, entre otros. Afortunadamente pude presentar el trabajo de ascenso a Profesor Asociado titulado “Una propuesta para estimar las necesidades de energía de la población venezolana”, unos días antes de encargarme de la Dirección. Es oportuno mencionar la firma de un convenio de cooperación entre el INN y la Facultad de Medicina, representado por el Dr. Ronald Evans y el Dr. Simón Muñoz, respectivamente.
Motivo de gran satisfacción fue el trabajo conjunto con otras instituciones, especialmente con la Fundación CAVENDES, lo cual nos dio la oportunidad de trabajar muy de cerca con el Dr. José María Bengoa. Se emprendieron diversas actividades, como la publicación de la Revista Avances de Nutrición y Dietética, de distribución semestral gratuita para los egresados, se diseñaron talleres de Nutrición Comunitaria y se participó en la elaboración de Metas Nutricionales y Guías de Alimentación.
Como todo lo que empieza termina, en junio de 1996 culminé mi gestión, con la solicitud de mi jubilación, rememorando todos los momentos agradables, las personas que conocí, las celebraciones de cumpleaños, las fiestas navideñas, los intercambios de regalos, etc. Los recuerdos menos buenos, los olvidé.
Después de un breve receso fui llamada por la Dra. Mercedes López de Blanco a participar en la Comisión reestructuradora del INN y luego permanecí en esta institución en diferentes cargos, como asesora de la División de Educación y de la Dirección Técnica y durante cinco años fui Directora Técnica designada, primero por la Lic. Norma Gómez y después por la Lic. Zaida Carrillo.
Me correspondió trabajar con un grupo valioso de profesionales de diversas disciplinas y como producto del trabajo en equipo hubo muchos resultados, de los cuales solo mencionaré algunos a título de ejemplo. En la División de Educación, la elaboración de módulos para facilitar las actividades de nutrición comunitaria; en la División de Salud Pública, la revisión de los valores de referencia de energía y nutrientes de la población venezolana; en la División de Investigaciones, el seguimiento del programa del enriquecimiento de la harina de maíz precocida y en el Centro Clínico Nutricional, la normativa para el manejo del niño desnutrido.
Ya para finalizar, no puedo dejar de mencionar el Taller de “Revisión de acciones sobre alimentación y nutrición ante el inicio del siglo XXI”, realizado en Caracas, en marzo de 2001. Asistieron unos 50 participantes de prácticamente todas las instituciones públicas y privadas relacionadas con el sector y se dieron recomendaciones para mantener información actualizada sobre la situación alimentaria y nutricional, para los programas de intervención nutricional, la formación de recursos humanos, de investigación, la gestión de información y documentación y el área agroalimentaria. Lamentablemente hubo un cambio total de la directiva del INN y estas recomendaciones creo que no se llegaron a aplicar.
Hasta aquí permanecí en cargos, hoy día realizo algunas actividades desde mi hogar, algunos recuerdos están en mi mente, imposible contarlos todos, otros están un poco olvidados. Quedan las experiencias, el aprendizaje, pero sobre todo un grupo de amigos que ojalá tuviéramos la oportunidad de reunirnos más para compartir el cariño de ex compañeros de trabajo, de egresados, de amigos, unos muy queridos, ya fallecidos. En fin, deseo que este relato que narré tratando de describir los aspectos más importantes de mi vida profesional, sea un estímulo para que otros se animen a escribir sus vivencias.
Deseo expresar mi profundo agradecimiento a cuatro excelentes profesionales y amigos con los cuales he compartido a lo largo de mi vida profesional: la Dra. Maritza Landaeta de Jiménez, las Licenciadas Yuli Makoukji y María Isabel García, y el Dr. Andrés Carmona por su estímulo para escribir este trabajo, la lectura y sugerencias al borrador y en la edición de las fotografías.