Venezuela viene atravesando una etapa compleja, no solo por la diáspora que ha vaciado hogares y comunidades, sino por una silenciosa crisis que afecta la inseguridad alimentaria. Los factores interconectados han tejido una red de vulnerabilidad que atrapa a gran parte de la población, comprometiendo el presente y el futuro de la nación. La mesa venezolana, otrora símbolo de abundancia y tradición, hoy se presenta triste y precaria.
La contracción dramática del ingreso ha pulverizado el poder adquisitivo de vastos sectores de la población. Salarios insuficientes luchan por cubrir una fracción del costo de la vida, dejando los alimentos básicos fuera del alcance de familias enteras. Así se muestra en el informe de HumVenezuela 2024, según el cual, alrededor del 86,9% de la población del país se encontraba en pobreza por ingresos; un 70,6% en pobreza extrema, ante una canasta básica de bienes y servicios con un costo estimado de 1.100$ al mes y una canasta alimentaria de 540$. Entre 2023 y 2024, la inseguridad alimentaria bajó de 45,2% a 43,3%, y la inseguridad severa aumentó de 9,3% a 10,5%. Esta realidad se agudiza por las limitaciones en el acceso físico a los alimentos. La hiperinflación, las desigualdades regionales, las fallas en la distribución de alimentos, así como también, por la cobertura irregular de la red de los Comité Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP).
La geografía venezolana se convierte en un factor de profunda desigualdad alimentaria, que se expresa, porque, mientras en algunos centros urbanos, pueden acceder a ciertos productos, las comunidades remotas y rurales sufren de mayores problemas que las condena a una mayor precariedad. La migración masiva de jefes de hogar masculinos, en búsqueda de sustento fuera de las fronteras, ha dejado a la mayoría de los hogares encabezados por mujeres, muchas veces, con menos recursos ni apoyo, enfrentando la dura tarea de alimentar a sus familias.
El colapso de los servicios públicos añade mayor complejidad. La falta de agua potable dificulta la preparación segura de alimentos y la higiene básica. Los cortes eléctricos intermitentes dañan los pocos alimentos que se logran adquirir y paralizan la actividad económica local. La escasez de gas doméstico obliga a recurrir a métodos de cocción rudimentarios, y peligrosos, causando mayor contaminación y enfermedades respiratorias. La salubridad pública, venido a menos, incrementa el riesgo de enfermedades transmitidas por alimentos contaminados o mal manipulados.
En el contexto actual, el bajo nivel de educación alimentaria se convierte en un problema adicional. El desconocimiento sobre cómo aprovechar mejor los escasos recursos, cómo preparar alimentos nutritivos con lo disponible y cómo evitar el desperdicio exacerba la vulnerabilidad. A esto se suma la preocupante penetración del mercadeo de alimentos ultraprocesados no saludables, productos baratos y accesibles que, aunque sacian momentáneamente el hambre, perpetúan la malnutrición y generan problemas de salud a largo plazo. Se impone la supervivencia inmediata que eclipsa la necesidad de una alimentación sana y equilibrada.
La migración masiva de la población joven y en edad productiva (entre 20 y 45 años) está generando un acelerado envejecimiento de la población, dejando atrás a una fuerza laboral disminuida y a una población dependiente en aumento. El deterioro de los adultos mayores desasistidos y sin protección social, llama a la reflexión para tratar de mejorar su calidad de vida. Paralelamente, el incremento de los embarazos adolescentes, a menudo en contextos de pobreza y falta de oportunidades, perpetúa el ciclo de la inseguridad alimentaria, comprometiendo la salud y el futuro tanto de las madres como de sus hijos.
Venezuela se enfrenta a una emergencia alimentaria compleja y multifactorial que exige una respuesta integral y urgente. No basta con paliativos; se requiere una estrategia sostenida que aborde las causas profundas de esta prolongada crisis. Los venezolanos sueñan con una mesa donde la abundancia, la nutrición y la dignidad sean los ingredientes principales.
Maritza Landaeta-Jiménez
Editora de Anales Venezolanos de Nutrición