Artículo Original

Cien años de luz

Dinah S. de Seidl1

Facultad de Ciencias, Universidad Central de Venezuela
Solicitar correspondencia a: Dinah S. de Seidl, dinahseidl@gmail.com




Estoy segura que el lector de esta remembranza de mí MAESTRO el doctor Werner Jaffé conoce su amplia biografía, por ende prefiero ilustrarla con vivencias personales del día a día compartidos en la Universidad Central de Venezuela a lo largo de cerca de 5 décadas.

Digo MAESTRO y lo escribo con mayúsculas, porque los que lo conocimos y tuvimos el privilegio de colaborar con él, nos consta que era un personaje único, tanto en lo profesional como en lo humano. Quisiera aclarar, que esta descripción no corresponde a un elogio post mortem, ya que lo he dicho y lo he escrito en más de una oportunidad en el transcurso de los años en que hemos colaborado en la universidad y compartido en lo personal y familiar.

Conocí al Maestro en 1958, siendo yo estudiante del último año del Doctorado en Química, en la recién fundada Facultad de Ciencias de la UCV. Él dictaba el curso de Bioquímica, materia obligatoria del pensum. Las clases recibidas me abrieron nuevos horizontes. Además de los hechos básicos, nos traía los últimos desarrollos en materia de investigación relacionados con cada tema. “Nature”, “Science” y “Scientific American” recién publicados eran nuestras referencias cotidianas. No sólo nos enseñó los capítulos del texto, sino nos hizo comprender como se llegaba a esos resultados, cuales métodos se usaban y cuales conclusiones se podían sacar de un experimento determinado. Algunos alumnos criticaban la voz bajita en que el Maestro hablaba, pero todos estaban de acuerdo con el contenido y la genialidad de sus clases.

Ese mismo año me incorporé a la larga lista de tesistas del doctor Jaffé y de allí en adelante hasta que él nos abandonó físicamente, mantuvimos una estrecha colaboración, que redundó entre otras cosas en la formación de la “gran familia de los Bioquímicos” de la Facultad de Ciencias, que hasta el sol de hoy somos amigos y colegas, independientemente del lugar en que vivimos, sea en Venezuela, Suecia, Holanda o Escocia.

Aquí tendré que separar la parte humana de la parte académica. No se puede hablar del doctor Jaffé sin mencionar a su pareja de toda la vida, Mercedes Carbonell quien lo acompañó casi hasta el final de su vida y le aseguró un hogar y una familia hermosos. Allí todos sus colaboradores fuimos invitados en ocasiones especiales y familiares. Me vienen a la mente las bodas de dos de sus hijos: Emely y Walter celebradas en ese jardín hermoso, con sus árboles, arbustos y orquídeas. Allá invitaban los Jaffé a los científicos extranjeros venidos de todos los rincones del mundo, a quienes les interesaban los resultados de nuestras investigaciones y querían compartir los suyos. La señora Mercedes, organizaba magistralmente esos eventos.

No es por nada, que hace poco, cuando vi que una constructora demolió la casa, se me llenaron los ojos de lágrimas, por otro hito de mi vida, que dio paso al urbanismo. Es reconfortante saber que la memoria retiene los recuerdos allí vividos y que por medio de un humilde escrito, quedará constancia de momentos inolvidables compartidos con los Jaffé y con los compañeros ucevistas.

Cuando EL MAESTRO cumplió 50 años, los bioquímicos del momento (Aura Palozzo, Pedro Marcano, Antonio Callejas y la que escribe estas líneas) lo invitamos, junto a su esposa, al restaurant de Pro-Venezuela, en El Pinar. A partir de ese momento y hasta la fecha, los cumpleaños de los miembros de la cátedra se siguen celebrando religiosamente. Tengo la idea de que muchos de los lectores jóvenes correspondientes a las generaciones de relevo no se acuerdan ni de ese sitio emblemático ni de la institución que se llamaba Pro-Venezuela.

Volviendo a la calidad humana de esa pareja tan especial, voy a relatar mi periplo al salir becada y la ayuda que me prestaron. Salí becada por el CDCH a la Universidad de Minnesota, en agosto de 1969. Mi grupo familiar consistía de 5 personas: mis dos hijos de 3 y 6 años, mi esposo y mi mamá. Antes de llegar la primera remesa de la beca, la UCV fue intervenida. Los ahorros que llevamos se veían mermados día a día pagando alquiler, comida, transporte y mas que nada comprando ropa para el invierno polar que se avecinaba. Mis cartas solicitando “auxilio financiero” fueron devueltas precisamente por el cierre de la UCV. Le consulté al doctor Jaffé, como proceder. A vuelta de correo me envió un préstamo personal por ochocientos dólares. Creo que sobran los comentarios. Fue un gesto extraordinario que después de todos los años que pasaron, me hace brotar las lágrimas.

Cuando comencé mi tesis de grado, el doctor Jaffé llevaba años trabajando con la caraota negra, investigando sus bondades y los factores anti-nutricionales que contenía. Él contaba que cuando llegó a Venezuela, a principios de los años 40, lo contrató un laboratorio farmacéutico para buscar “principios activos” tipo quinina, en plantas silvestres. Durante su recorrido por el campo venezolano, observó que el alimento predominante de la población era arepa con caraota. Su mente científica se preguntaba si el contenido proteico de esa dieta era adecuado, ya que veía niños rozagantes. Cuando tuvo acceso a los laboratorios del Instituto Nacional de Nutrición, realizó su primer experimento precursor de años de investigaciones nutricionales y bioquímicas.

Los lectores de esta nota, deben recordar ese famoso y “sencillo” experimento. Tres grupos de ratas, más el control. Uno alimentado con dieta a base de harina de maíz, otro con dieta de caraota negra molida, el tercero con la mezcla de maíz y caraota, y el grupo control alimentado con Ratarina o su equivalente de la época. El crecimiento de los animales con la mezcla maíz-caraota era estadísticamente igual al grupo control que recibía una cantidad de proteína adecuada a partir de la Ratarina. En cambio, ni el maíz, ni las caraotas, solos cumplían con el requerimiento proteico para el crecimiento de los animales. De aquí surgieron ideas para temas de investigación orientados hacía la nutrición humana, al igual que una faceta bioquímica relacionada con la caracterización de los factores anti-nutricionales presentes en la caraota. En estos campos el doctor Jaffé ha publicado un centenar de trabajos en revistas internacionales y numerosos capítulos en libros relacionados con ambas vertientes.

Requería mucha destreza aislar el inhibidor de tripsina de la caraota negra y ensayar su actividad sobre diferentes enzimas proteolíticas en una época cuando las ultracentrífugas no eran preparativas, y las centrifugas sencillas de alto volumen tampoco formaban parte del equipo estándar de un laboratorio. Voy a recordarles que el colorímetro del Instituto Nacional de Nutrición era una caja de madera, con un bombillo y un filtro que permitía el paso de una longitud de honda determinada. La misma tenía un hueco donde se colocaba el tubo de ensayo, alternando el blanco con la muestra. El mismo fue diseñado y construido por el doctor Gino Cosci, profesor de Física de la Facultad de Ingeniería de la UCV.

Volviendo al tema del aislamiento de inhibidores de la caraota, el procedimiento era algo así: el grano -adquirido en el Mercado de Quinta Crespo-, se lavaba, se secaba y se molía. (Más adelante trabajábamos con diferentes variedades bien definidas provenientes de la Facultad de Agronomía). La harina se suspendía en solución salina y luego se filtraba. Yo doblé mi papel de filtro 30 x 30 cm en cuatro y lo coloqué en el embudo. El proceso se trancó en pocos minutos ya que la superficie de filtración era pequeña. El doctor Jaffé pasó y me vio peleando con 5 litros de suspensión que no pasaban por el filtro y sin decir mucho tomó otra hoja de papel y en un santiamén preparó un filtro de pliegues, me miró y me dijo: si usted aumenta la superficie de contacto, la filtración se dará como por arte de magia. Seis décadas mas tarde aún siento la pena del momento.

Comencé a trabajar en la Escuela de Química de la UCV bajo la tutela del Doctor Jaffé en 1962, como Instructor en el Laboratorio de Bioquímica, y seguimos colaborando más allá de su jubilación. Mis funciones como instructor consistían en preparar la parte teórica de la práctica, las soluciones requeridas y realizar los experimentos que luego les enseñaríamos a unos 60 a 100 alumnos en 5 turnos semanales. Era una labor ardua intelectual y físicamente, para los 3 químicos que entramos simultáneamente al departamento. Sin embargo, nos esperaba una sorpresa: cuando el Maestro tuvo un compromiso no previsto, llamaba a uno de nosotros y nos ponía a preparar, de un día para el otro, una o dos clases teóricas a ser dictadas en su ausencia. Para evitar sustos mayores, era preferible mantenerse al día no sólo con las prácticas sino también con las clases teóricas correspondientes. Unos años mas tarde, después de presentar los concursos y los ascensos correspondientes, el Doctor Jaffé nos traspasó el dictado de los cursos de pregrado y se dedicó a los postgrados, a la investigación, tanto en bioquímica como en nutrición y a la planificación científica. Formaba parte del Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico de la UCV como primer secretario general, cofundador del Conicit, Asovac, Apiu, PAN etc. Era editor de Acta Científica y Archivos Latinoamericanos de Nutrición. Uno se pregunta ¿Cómo le alcanzaban las 24 horas del día?

En relación a su desempeño como Secretario del CDCH, quiero relatar una anécdota contada por él. En aquel entonces el Coordinador del Rectorado le solicitó la elaboración del presupuesto del año siguiente. Uno de los rubros decía “coronas para muertos”. Obviamente se trata de algo impredecible, por lo qué el Doctor Jaffé entró a la oficina del Coordinador y le preguntó muy cortésmente si él pensaba morir durante el próximo año. El señor molesto le contestó que esto estaba en manos de Dios y que le parecía una pregunta insolente y sin sentido. Está demás decir que la previsión para coronas fue eliminada del presupuesto del CDCH.

Es preciso recordar que el Doctor Jaffé fue candidato a Decano de la Facultad de Ciencias por allá en los años sesenta y perdió la elección por un solo voto contra Alonso Gamero. Estoy convencida de que él merecía el cargo, pero sus convicciones liberales, que anteponían lo académico a lo político le restaron votos. Ese conteo de votos, -tan cercano-, es único en la historia universitaria.

Más adelante nos tocó vivir o sobrevivir lo que se llamó “la renovación académica” que se asemejó a una cacería de brujas. O uno pertenecía a un partido de izquierda o le saboteaban las clases, los laboratorios, los fondos para la investigación, le montaban juicios sin defensores, etc. La idea era molestar al profesor hasta que se cansara y se retirara de la universidad. Cuando yo estaba a punto de volver al Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas o dedicarme a ser un ama de casa ejemplar, él me dijo: Dinah, si usted se va, nuestros enemigos habrán ganado la batalla. Hágales caso omiso, mientras ellos hablan pistoladas, dedíquese a dictar cursos de primera, adelante sus experimentos de laboratorio y publique los resultados en revistas reconocidas y así es usted quien les habrá ganado.

La historia le dio la razón. El Grupo de Bioquímica y Nutrición fue uno de los más serios y reconocidos, con un mayor número de egresados excelentes que obtuvieron sus doctorados en el exterior y con un gran número de publicaciones de primera.

Termino con una última anécdota relacionada con el reconocimiento y el agradecimiento que le tuvimos al Maestro en vida. Para ese entonces él estaba retirado de la investigación activa en Bioquímica y mi trabajo estaba relacionado con el aislamiento y caracterización de un inhibidor de subtilisina, una proteasa bacteriana. Mi grupo de investigación estaba formado por Juscelino Tovar, Pilar Lorenzo y una tesista excelente, hoy investigadora activa en Holanda, Elena Pinelli. El trabajo terminado fue entregado al Maestro, para su revisión, opinión y sugerencias. Me llamó y me preguntó que porqué pusimos su nombre como coautor de la publicación, cuando él no participó ni en los experimentos, ni en la redacción de la misma. La respuesta fue la obvia: “Doctor Jaffé, lo que hicimos y lo que escribimos lo aprendimos de usted”.

Y hoy por hoy, en el país y en todas partes del mundo, en universidades y laboratorios de investigación, las enseñanzas del Maestro siguen vigentes a través de sus discípulos y los discípulos de éstos, lo que podríamos llamar sus hijos, nietos y bisnietos académicos.

Es inequívoco concluir que la luz del MAESTRO Jaffé sigue brillando aún después de 100 años.