Editorial

"Jovenes amigas, viejos amigos, es el centenario de José María Bengoa"

De acuerdo al diccionario de la lengua española, centenario es la fecha en que se cumplen una o varias centenas de años desde que se produjo un determinado acontecimiento. Tal acontecimiento puede ser doloroso o gozoso, triste o festivo y de mayor o menor significación. La conmemoración de dichos centenarios puede convertirse en sólo un ayuda memoria para rescatar acontecimientos del olvido inexorable que supone el paso de las centurias, o en la oportunidad para destacar la trascendencia de un evento o del aporte de un personaje que haya sido símbolo de su tiempo. La presencia y el recuerdo vivo de Buda, Jesús y Mahoma perduran en la memoria y la conciencia de millones de los seguidores de sus respectivas doctrinas. A otros se les recuerda por sus méritos militares, científicos o artísticos. Vienen a la memoria las conmemoraciones de Napoleón, Washington y Bolívar, Newton, Einstein y Pasteur, pero también de Cervantes, Shakespeare, Leonardo da Vinci, Mozart y Beethoven.

De vista al proceso histórico venezolano, recientemente se conmemoró el centenario del nacimiento de Rómulo Betancourt (1908-1981) y se le recordó como “forjador del imaginario democrático venezolano” (Mora García 2008). También en 1908 nacieron Jóvito Villalba y Miguel Otero Silva que, junto a Betancourt, formaron parte de la llamada Generación del 28 que se opuso a la férrea dictadura de Juan Vicente Gómez que también comenzó en 1908 (Sánchez García 2008).En contraste, en 1957, durante el régimen militar de Marcos Pérez Jiménez, el Centenario del Benemérito, del Pacificador, transcurrió, aparentemente, sin pena ni gloria.

Indudablemente, la vigencia del legado que un personaje podría habernos dejado es el incentivo para organizar algún acto conmemorativo; lo que nos anima es el afán de recordar o el imperativo de no olvidar. En cualquier caso es necesario transmitir la memoria de algo o alguien a las sucesivas generaciones, pero no sólo como un ícono estático, sino más bien como un “virus memorístico” capaz de perpetuarse y mutar para ofrecernos nuevas facetas de relevancia frente al devenir del tiempo y las circunstancias cambiantes.

Médico joven de 25 años, de poca experiencia pero de gran visión y profundo sentido de compromiso social, así era el José María Bengoa (1913-2010) que llegó a Venezuela en 1938. Se abrían para él nuevos horizontes luego de los horrores de la Guerra Civil Española. Llegó a Caracas, una ciudad que apenas comenzaba a abrirse a la modernidad, pero se fue a trabajar a Sanare de Lara, donde se vivía casi como en el siglo XVII. La miseria, el hambre y las enfermedades lo recibieron al iniciar su apostolado como “médico rural”. Aunque, inicialmente, dirigió su interés hacia las enfermedades infecciosas, pronto descubrió que tenían un denominador común: la desnutrición.

En lo que se ha convertido en una de sus contribuciones más trascendentes, organiza un rudimentario “Centro de Recuperación Nutricional” que ofrecía a los niños desnutridos 3 ó 4 comidas completas al día durante su permanencia diaria de 8 horas y que, además, brindaba asesoría nutricional a las madres. Este concepto lo llevó a ocupar, décadas más tarde, el cargo de Director de Nutrición para los cinco continentes en la Organización Mundial de la Salud.

Pero antes de emprender su segunda “diáspora”, regresa a Caracas en 1941, después de publicar su libro “Medicina Social en el Medio Rural Venezolano”. Vertiginosamente participa en los cambios socio políticos que ocurren después de la muerte de Juan Vicente Gómez, como la consolidación del Ministerio de Sanidad, donde ejerce la jefatura de la Sección de Nutrición. En 1946, al crearse el Instituto Nacional Pro-alimentación Popular (INPAP), ocupan la jefatura de la Sección Técnica desde donde cataliza los estudios de nutrición en Venezuela; pone el acento en la educación de la población en temas de alimentación y nutrición, investiga la calidad de vida en los barrios marginales de Caracas y comprende el impacto de la desigualdad social en la desnutrición. El INPAP dio paso al Instituto Nacional de Nutrición (INN). Orgullo de Venezuela, este ente marcó época y fue de obligada referencia, no sólo en el país, sino en todo el ámbito americano. Desde allí parte la iniciativa de los comedores escolares y populares, el programa del vaso de leche escolar, se desarrolla el producto lácteo (PL) y posteriormente el Lactovisoy, se crea la Escuela de Nutrición y Dietética de la UCV, se inicia la publicación de los Archivos Venezolanos de Nutrición (hoy Archivos Latinoamericanos de Nutrición), se publican los afamados Cuadernos Azules y se organiza la compilación de datos para la publicación anual de las Hojas de Balance de Alimentos, serie que comienza en 1949 por iniciativa de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).

En el vetusto edificio de la esquina del Carmen, el INN languidece. Es exiguo lo que se hace desde allí, a no ser el “nutrir conciencias”. Una somera revisión de los aportes compilados en el portal del INN (www.inn.gob.ve) en los últimos 4 ó 5 años muestra poco de la función primordial que, en décadas pasadas, le valió amplio reconocimiento nacional e internacional.

Del INN Bengoa se va a Ginebra y regresa en la década de los años setenta. En su portafolio de proyectos vienen muchas ideas que logró hacer realidad. Orienta desde el CONICIT la investigación en Alimentación y Nutrición, promueve la creación del Centro de Atención Nutricional de Antímano patrocinado por la Fundación Polar, dirige la Fundación Cavendes, iniciativa que hace una contribución formidable por un período de 15 años, organizando foros, conferencias, talleres, promoviendo publicaciones como la serie Nutrición Base del Desarrollo, y la revista Anales Venezolanos de Nutrición. Desde allí cataliza iniciativas como el desarrollo de las Guías de Alimentación, el enriquecimiento de las harinas con hierro y vitaminas, el programa de alimentos estratégicos PROAL y la creación del Consejo Nacional de la Alimentación (CNA). El Proal dio paso al programa MERCAL, donde se expenden muchos alimentos de origen importado; el CNA cesó en sus funciones desde hace una década.

En un último esfuerzo, con humildad y desprendimiento, nos prestó su nombre, para seguir abanderando su cruzada desde la Fundación Bengoa para la Alimentación y la Nutrición No es el momento de hablar de nosotros, baste decir que le echamos mucho de menos.

Visto el debilitamiento institucional con competencia en alimentación y el letargo que aqueja al sector académico correspondiente, uno puede convencerse, casi sin esfuerzo, que la presencia y la voz de Bengoa todavía hacen falta en Venezuela para que podamos, al fin, liberarnos del hambre y la desnutrición. Conmemorar el centenario de su nacimiento es poner “manos a la obra”. Quizás, entonces, desde la inmaterial morada de su fama inmarcesible, nuestro Dr. Bengoa pueda dar de alta a nuestros niños, cuando los vea sonreír.

Andrés Carmona